Lo que se haga no puede ser nada vulgar. Viene algo inevitable y global, y poner impuestos a la adopción de automatización y robótica inteligentes es ingenuo e inútil, porque nos hará perder competitividad y es seguro que ninguna empresa inhibiría decisiones porque la penalice fiscalmente. Simplemente, se iría.
La fábrica del futuro se hace mucho más sofisticada de lo que se puede pensar, si realmente quiero sacarle partido para diferenciarme y crear un modelo tecnológico – social evolucionado.
Las empresas que simplemente sustituyan “con ventaja” (aparente) personas por robótica antropomórfica, esta-rán trabajando a corto plazo, sin visión de futuro y rayando en la vulgaridad y en el riesgo de convertirse en organizaciones de cuarto nivel y “commodities.
No se trata de reemplazar “biología” por una “mecatrónica avispada”, sino de subir el nivel tecnológico de las personas que estén dispuestas a hacer un esfuerzo con ilusión, y que así se dediquen a crear un valor innova-dor por doquier. Las que no lo hagan, no van a poder encajar, pero hay que tener la conciencia tranquila. Está en su mano si las organizaciones lo facilitamos a tope lo que, por otra parte, es nuestro deber moral. Y será una formación profunda y avanzada, que huya del empirismo.
Y también tenemos que aprovechar esta ola para cambiar los modelos de negocio y colaboración con clientes y proveedores. El flujo de tecnología en toda la cadena puede permitir tener una sintonía permanente para auto-adaptarse, funcionar con máxima agilidad y coordinados, fabricar en series tan cortas que enseguida será per-sonalizadas, y apalancar mejoras constantemente. Son fábricas “multiplicadoras” y resonantes.
Si uno no aprovecha esta enorme potencia, queda irremisiblemente relegado a la nada.
Entonces, si quieremos apoyar a la industria con realismo para que el País y las personas se desarrollen en armonía, las palabras que hay que aprenderse son sofisticación, nivel y rigor. No valen para nada los modelos de subvenciones tradicionales.
La razón es clara. Casi cualquier máquina, dispositivo o software, va a traer algún grado de inteligencia y enton-ces, dar dinero por adoptarlo no está premiando que la fábrica haya hecho algo sobresaliente. Habría que finan-ciar a todo el mundo y en su mayoría inmerecidamente. Se podría intentar obviar esto creando comisiones de evaluación de proyectos que estuvieran más preparadas técnicamente, y quizá apoyados por expertos, pero ¿Quiénes son capaces de medir cuánto más o menos inteligente es un sistema? Y, en todo caso ¿valdría esto para asegurar que con ello ya hemos creado el germen de una organización evolucionada?
Pues no. Nadie cumple la “sofisticación” hasta que no lo demuestre por el uso que hace creando un binomio humano-tecnológico interactivo y dinámico y, por la misma razón, tampoco cumple el “nivel”, ya que el dinero que empleo en la adquisición de inteligencia lo podría invertir casi cualquiera. La diferenciación la tengo que crear. Y el “rigor”, que tampoco cumple, me dice, en consecuencia, que SOLO PUEDO MEDIR DESPUÉS, y por lo tanto apoyar o no en base a los resultados notablemente diferenciales que la fábrica ha obtenido con la reso-nancia entre la creación de un relevante valor añadido tecnológico distribuido en las personas, su motivación con la innovación y la diversión que ello supone, y un resultado destacado en el mercado, que nos permita apli-car mayores precios de venta.
Desde luego, esto complica todos los procedimientos de evaluación, pero no hay otro remedio si queremos que las ayudas surtan un efecto verdadero que ayude a las fábricas y a España. Y más aún si tenemos en cuenta que entre subvenciones a fondo perdido y créditos “blandos”, son claramente preferibles los segundos por razo-nes obvias de compromiso real con el proyecto. “Lo hago, y me endeudo (algo más barato por el riesgo que corro), porque es mi futuro”. La concepción de “lo hago si hay dinero a fondo perdido y el plan me sale más barato”, es una actitud tan profundamente pueril y desacoplada con la revolución que viene, que debería aterro-rizarnos; primero a las empresas y luego a las Administraciones.
Javier Borda Elejabarrieta, Dr. I.I., Msc. en modelos matemáticos y MBA; Presidente de Sisteplant. Profesor de la ETSII de Bilbao (Aula Aeronáutica) y de la URJC, (logística para Defensa).