A nuestro sitio, y los robots al suyo

En España tenemos algunas fábricas que se mueven en la punta de la Ciencia, haciendo cosas de alto riesgo de pérdida de oportunidad o económico. Imaginemos, por ejemplo, la obtención de satélites, cohetes y sus componentes, o aeronaves y buques avanzados. Se la juegan prácticamente todos los días, y varias veces, en cada detalle de diseño y construcción. Casi todo es novedad siempre.

En la forma en que concibes y realizas hay (y así tiene que ser) una tensión recíproca entre ideas y su fabricabilidad fiable, económica y en plazo que, a veces, estrangula. Y esto es atractivo.

Hoy hay muchas personas –y algunas con conocimiento de causa– aterradas por la robotización avanzada, llamada humanoide, y sus efectos en el empleo, porque asumen que “para competir habrá que tener muchos dispositivos inteligentes, y muy pocas personas”.

Es indiscutible lo de una pléyade de dispositivos inteligentes, pero lo que ya no está tan claro es lo de muy pocas personas.

No se trata de “hacer mucho más”, o de “hacer con menos personas”. Se trata, en cambio, de hacer mucho más rápido y con fiabilidad absoluta, cosas variadas; una novedad cada día. Incluso en la botella de agua que hoy he comprado. Porque nos estamos sofisticando y, aunque frecuentemente lo hacemos de forma atolondrada, hay una  parte racional que prevalece.

Las personas estamos lejos de esta locura de variantes, no por la inteligencia y conceptos, sino por la imposibilidad intelectual y física de dar abasto con la variación de la información y detalles a gestionar y manipular que conlleva. Entonces, es ahí donde entra la multitud de robots avanzados; nos auxilian en algo para lo que están muy bien preparados, porque les falta la biología que a nosotros nos derrota. Nos ayudan en manipular, con seguridad casi absoluta, la variabilidad de todo tipo hasta un cierto grado de complejidad tecnológica que roza –sin tocarla- la intuición creativa y artística. Si, artística; un diseño industrial puede ser tan obra de arte como un cuadro, simplemente por la armonía que transmite. Muy claro; en cierta ocasión, durante un congreso en Copenhague, tuve la oportunidad de visitar dos submarinos.  Uno era ruso y el otro de la Kriegsmarine. Cables al aire, obstáculos, posturas raras para operar, y sensación de cueva en uno de ellos –que es fácil de imaginar–, y canalizaciones, posibilidad de trabajo en equipo, comodidad e integración de dispositivos en el segundo. Y formas “resonantes”, algo tan difícil de lograr en casi un mero tubo.

Un submarino, como un satélite o una aeronave, son productos complejos. Se prestan. Cierto, pero hay muchísimos grados hasta la botella de agua, y la tendencia imparable es la personalización estética, lógica y racional. Y lo de la estética no es un capricho, porque en la casi totalidad de los casos se funde con la fiabilidad, funcionalidad, y sencillez.

Esto es lo bueno; el Universo del diseño y fabricación resonantes de bienes complejos y/o con alta personalización es demasiado para cualquier robot por listo o buen discípulo que pretenda ser. La intuición inteligente y adaptativa y el sentido del arte y la estética, no son trasplantables de ninguna forma. Son raza humana. Y si alguna vez una maquina consigue emularme en alguna simpleza, ya habré descalificado de humano lo que sea capaz de hacer.

Así que yo apuesto: jamás ningún humanoide podrá diseñar y fabricar un producto “rompedor” y atractivo que enfrente una situación diferente con ventaja.

Y entonces, lo que digo es que hagamos de cada bien cada vez algo más avanzado y distinto, con cierta sorpresa. Hasta en la botella de agua; es nuestro reto. Y a ninguna máquina le daremos la menor opción a desplazarnos más allá de lo que nuestra miopía y torpeza le permitan. (Por cierto, que algunas botellas de agua ya  me gustan, y otras son horrorosas…y a vosotros también, verdad?)


Javier Borda Elejabarrieta, Dr. I.I., Msc, MBA, Presidente de Sisteplant  y Profesor de la ETSII de Bilbao y URJC.


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